martes, 23 de octubre de 2012

Paraíso



-Le robé el nene a Claudia- me dijo apenas entré en la habitación.
-¿Qué?-  le pregunté mientras me sentaba en la punta de la cama.
 Soledad estaba de costado, con las piernas flexionadas. Apoyaba su cabeza sobre una almohada y entre los brazos tenía un almohadón enorme.
-Que le robé el nene a Claudia- me repitió.
- ¿A Claudia López? ¿La que iba con vos a la primaria?
 -Sí, ésa.
Me di cuenta de que la habitación estaba oscura, me levanté y subí un poco la persiana. En el trayecto hacia la cama vi que atrás del almohadón. Soledad ocultaba una panza enorme.
-¿Qué hacés con esa panza? ¿Qué pasó, Sole?-  le grité.
-Shhh, cállate, que de al lado se escucha todo. Estas paredes son de papel. Se había sentado de golpe y sacudía las manos. 
-Está bien, está bien, pero contame qué pasó.
Se volvió a recostar y volvió a taparse la panza con el almohadón.
-Claudia me llamó hoy a la mañana para que fuera a cuidarle al nene. Yo tenía un humor de perros porque anoche discutí con Juan- me dijo, en voz baja.
-¿Fue grave?-le pregunté, también en voz baja.
- No, las pavadas de siempre. Pero igual estaba del carajo. ¿Yo te conté que ahora estoy trabajando de niñera para Claudia, no?
-No me contaste nada. 
-Bueno, a veces me quedo con Fede, mientras ella va a hacer algún trámite; si tiene que salir con el marido o con las amigas, también.
 Mientras hablaba, se mordía una uña. Desde que  la habían echado del negocio de ropa de los  coreanos, Soledad y Juan habían tenido algunos problemas de plata pero no tenía idea de que estaban tan mal. Sentí un poco de culpa. Es mi hermana mayor, debería haber estado más cerca de ella.
-Juan no sabe nada. Aunque ahora alguna explicación le voy a tener que dar…
Me miró fijo y le hice que sí con la cabeza.
-¿Qué pasó? Dale, contame. 
-Llegué después de dos horas de viaje. Claudia, como siempre, estaba con sus cosas. Tenía que ir a ver telas para las cortinas del living porque están redecorando la casa y después se tenía que ir a comprar unos zapatos. ¿Te acordás del día en que le robé las sandalias de charol?
- Uh, sí. Se armó un despelote terrible. Mamá te cagó a palos.
-Era brava la vieja. Cuando te portabas mal, te daba de lo lindo y después te mandaba al patio a que te sentaras abajo del paraíso a pensar en lo que habías hecho.
El paraíso de mamá. Así le decíamos. Hacía mil años que no pensaba en el paraíso de mamá. Era un árbol hermoso que estaba lleno de hojas verdes y venenitos amarillos. Era el único  árbol que teníamos.
-¿Te acordás  de que me hizo ir a devolvérselos?-siguió Soledad-.  A mí, me dio vergüenza. Pero la mamá de Claudia era buena, entendió todo y me dijo que no me preocupara. Fue más comprensiva que mamá.
-Vos eras la piel de judas. Le dabas mucho trabajo. Pensá que ella laburaba todo el día, limpiando, y después llegaba a casa y tenía que lidiar con vos.
-Tenés razón. Ahora que no está, la extraño. ¿Vos?
- Sí- le contesté, y se me hizo un nudo en la garganta.
- Con Claudia charlamos  las pavadas de siempre y se fue- me dijo Soledad, después de unos segundos de silencio-. Por suerte se fue rápido. Siempre está con sus compras, con sus viajes. La mina se manda la parte por todo. Además habla siempre ella, ni te escucha.
        - Bueno, Sole, Claudia siempre fue así. Hija única y consentida. Acordate. Los padres la tenían en cuna de oro… Pero, qué hiciste con el nene. Dale, contame.
-Ella se fue y yo me quedé sola con Fede. Al principio nos aburrimos un poco pero después empezamos a jugar con unos trencitos y se entretuvo como una hora. A eso de las tres de la tarde lo saqué a pasear. San Isidro era un desierto. Estábamos Fede, el calor y yo. Nada más. El gordito es divino. Es chiquitito.
- Es una petaquita ¿no?
-Fijate que tiene casi dos años y medirá, no sé, noventa centímetros.
-Ella es petisita…
- ¿Te digo la verdad? Hoy hacía mucho calor y el nene se puso pesado. No me quería dar la mano. Se soltaba y se iba adelante. Yo le decía “Vení, Fede, vení” y él no me daba pelota. Estuvimos en un tira y afloje como media hora. Y me empezó a dar bronca.
-Es una criatura,  Sole. Los chicos son movedizos.
- No, no entendés. Se estaba escapando.
- ¿Escapando?
-Se quería ir con ella.
- ¿Y entonces?
- Y entonces me vino una idea a la cabeza. Así, como un hachazo.
- ¿Qué hiciste?
-Lo agarré y lo lleve atrás de un árbol. Entonces, me saqué la bombacha y lo metí abajo de mi pollera. Él empezó a llorar, a pegarme y a arañarme, hasta que por fin, su cabeza quedó atrapada y empecé a succionarlo, haciendo “eses” con la panza y círculos, como cuando hacés gimnasia con un aro. Empezó a entrar en mi cuerpo. Primero, la cabeza. Después, el cuello. Con las piernas fue difícil porque pataleaba como un loco. Pero al final le gané yo. Entró todo. Al principio, se retorcía hasta que no sé cómo se quedó quieto. Me apuré como pude hasta la casa. Agarré mis cosas y fui a tomar el colectivo.
Soledad volvió a correr el almohadón. La panza era enorme. Me quedé mirándola,  hipnotizada. Se escuchó el ladrido  de la  perra. De más lejos, la bocina del tren.