Cuando la ven
llegar la saludan. Ella le da un beso a cada uno, se acomoda en una de las sillas vacías y dice:
- Acabo de matar a martillazos al lobo.
Los amigos se
ríen.
- Lo digo en serio, che.
Estaba hablando con él, me di cuenta justo a tiempo que era el lobo y lo
maté. ¿Se acuerdan de que mi abuela tuvo un ACV leve el mes pasado. Pobre,
desde que murió mi abuelo le agarraron todos los “achaques”. Hoy a la mañana mi vieja me pidió que fuera a
visitarla y que de paso le llevara unas
viandas. Le dije que bueno y agarré la bici, ya que tenía que pasar por los
Bosques de Palermo, aprovechaba y daba unas vueltas.
Los amigos
amagan reírse de nuevo pero ella
los mira seria y no lo hacen.
- Mi vieja me dijo que tuviera cuidado con los robos, que se había
enterado de que ayer habían asaltado a
una amiga de ella en medio de los Bosques, que fuera derechito para lo de mi
abuela, que no hablara con nadie ¿Vieron que mi vieja es medio pesada, no?
Siempre se preocupa por todo. Le dije
que sí para que no me jorobara más. Me puse unas calzas y el buzo rojo
con capuchita…
Los amigos vuelven a reírse.
- Che, no empiecen otra vez. Parecen un par de tarados.
En ese momento se acerca el
mozo. Piden otra cerveza para ella. Cuando el mozo se va, le dicen que siga
contando.
- Bueno, en el bosque di unas cuantas vueltas, después me senté en
un banco. En eso se me sentó un tipo al lado. Era flaquito, tenía una caja de
herramientas y la remera toda transpirada en la panza. Sonrió
y yo le puse la mejor cara de asco que pude para que se fuera porque no tenía
ganas de hablar con nadie. A él no le importó. Puso las piernas arriba de la
caja de herramientas, las cruzó y con las
manos atrás de la cabeza el muy
estúpido se puso a silbar. Yo me puse a mirar para el otro lado, al rato dejó
de silbar y me dijo: “Uh, ¿qué hacés con
ese buzo?, ¿no te da calor? Si hace como cuarenta grados”. Ni le contesté y
seguí mirando para el otro lado. Igual siguió: “¿Y esa calza?, ¿es de
lycra?, ¿no se te pega al cuerpo?,
¿cómo te respira la piel si no tiene
ningún agujerito?”.
Los amigos se ríen otra vez y ella los fulmina con la mirada. Se callan
cuando viene el mozo con la cerveza. El mozo la deja en la mesa, pone un vaso y
se va.
- Che, cortenlá porque me
voy y no les cuento nada, parecen unos pendejos. La cosa es que el tipo me hizo
enojar. Era un pelotudo ¿A él qué le importaba? Después me dijo: “Me llamo Luis”.
Entonces empecé a mirarlo con cara de orto de arriba para abajo. Para serles
sincera, el tipo no estaba nada mal, pero de todas maneras me levanté sin
decirle nada y me fui. Igual, antes de ir para lo de mi abuela estuve como
media hora más dando vueltas con la bici. Después me fui para allá. Entré sin
tocar el timbre porque tengo la llave y ¿a quién vi? A Luis arreglando la persiana del
living. Le dije hola, él me dijo hola,
también. Soy el cortinero, me dijo ¿Y mi abuela?, le pregunté. Se fue a comprar
algo y ahora viene. ¿Y te dejó acá solo? Sí, es re buena tu abuela. Después me
dijo: Qué casualidad ¿no?, justo que estuvimos hablando en el parque hace un
rato. Sí, sí, qué casualidad, le
contesté. Bah, el que hablaba era yo porque vos no me dijiste ni mu. Mientras
me decía eso, se sacó la remera. Hace mucho calor, ¿te molesta? Le dije que no,
cuando se dio vuelta le vi la espalda peluda.
Hace una pausa pensando que los amigos se van a reír
pero, al contrario, están callados.
- Me senté en el sillón y él se me puso a hablar mientras seguía
arreglando la cortina. Me contó que vivía
en Moreno, que tenía tres hijos, que estaba casado pero que con la señora se
llevaba muy mal y que él se quería separar. En un momento me pidió un vaso de
agua porque estaba muerto de sed. Le dije que sí y me fui para la cocina,
cuando volví estaba sentado en el sillón, había dejado el martillo arriba de
uno de los almohadones. ¿Te molesta si descanso un poquito? Pero, si hace una
hora estabas lo más pancho sentado en un banco en los Bosques de Palermo. Sí,
me dijo, pero es que hace un calor. En ese momento me di cuenta de que mi
abuela estaba tardando demasiado pero él no paraba de hablar y de preguntarme
cosas: si tenía novio, si trabajaba o estudiaba. Contame, contame, que me gusta
escuchar ¿No ves las orejas que tengo? Se las miré. Son para escuchar a las
chicas lindas, me dijo ¿Y mis ojos?, ¿te gustan mis ojos? Se los miré. Eran
hermosos, grandes, de color amarillo. Son para ver a las chicas lindas, como
vos. Y después empezó a acercarse como para darme un beso. Abrió un poco la
boca. ¿Viste qué cacho de colmillos que tengo? Son para comerme a las chicas
lindas como vos. Y ahí me di cuenta. Era el lobo. Disimuladamente agarré el
martillo y le pegué un golpe en la cabeza. Cayó redondo en el sillón. Le pegué
un par de golpes más, por las dudas. Al rato, llegó mi abuela.