jueves, 31 de enero de 2013

Caperucita



Cuando  la ven llegar la saludan. Ella le da un beso a cada uno,  se acomoda en una de las sillas vacías  y dice:
- Acabo de matar a martillazos al lobo.
           Los amigos se ríen.
- Lo digo en serio, che.  Estaba hablando con él, me di cuenta justo a tiempo que era el lobo y lo maté. ¿Se acuerdan de que mi abuela tuvo un ACV leve el mes pasado. Pobre, desde que murió mi abuelo le agarraron todos los “achaques”.  Hoy a la mañana mi vieja me pidió que fuera a visitarla y que de paso  le llevara unas viandas. Le dije que bueno y agarré la bici, ya que tenía que pasar por los Bosques de Palermo, aprovechaba y daba unas vueltas.
Los amigos  amagan  reírse de nuevo pero ella los mira seria y no lo hacen. 
- Mi vieja me dijo que tuviera cuidado con los robos, que se había enterado de que ayer  habían asaltado a una amiga de ella en medio de los Bosques, que fuera derechito para lo de mi abuela, que no hablara con nadie ¿Vieron que mi vieja es medio pesada, no? Siempre se preocupa por todo. Le dije  que sí para que no me jorobara más. Me puse unas calzas y el buzo rojo con capuchita…
Los amigos vuelven a reírse.
- Che, no empiecen otra vez. Parecen un par de tarados.
 En ese momento se acerca el mozo. Piden otra cerveza para ella. Cuando el mozo se va, le dicen que siga contando.
- Bueno, en el bosque di unas cuantas vueltas, después me senté en un banco. En eso se me sentó un tipo al lado. Era flaquito, tenía una caja de herramientas  y  la remera toda transpirada en la panza. Sonrió y yo le puse la mejor cara de asco que pude para que se fuera porque no tenía ganas de hablar con nadie. A él no le importó. Puso las piernas arriba de la caja de herramientas, las cruzó y con las  manos atrás de la cabeza  el muy estúpido se puso a silbar. Yo me puse a mirar para el otro lado, al rato dejó de silbar y me dijo: “Uh,  ¿qué hacés con ese buzo?, ¿no te da calor? Si hace como cuarenta grados”. Ni le contesté y seguí mirando para el otro lado. Igual siguió: “¿Y esa calza?, ¿es de lycra?,  ¿no se te pega al cuerpo?, ¿cómo  te respira la piel si no tiene ningún agujerito?”.
Los amigos se ríen otra vez   y ella los fulmina con la mirada. Se callan cuando viene el mozo con la cerveza. El mozo la deja en la mesa, pone un vaso y se va.
- Che, cortenlá  porque me voy y no les cuento nada, parecen unos pendejos. La cosa es que el tipo me hizo enojar. Era un pelotudo ¿A él qué le importaba? Después me dijo: “Me llamo Luis”. Entonces empecé a mirarlo con cara de orto de arriba para abajo. Para serles sincera, el tipo no estaba nada mal, pero de todas maneras me levanté sin decirle nada y me fui. Igual, antes de ir para lo de mi abuela estuve como media hora más dando vueltas con la bici. Después me fui para allá. Entré sin tocar el timbre porque tengo la llave y ¿a quién  vi? A Luis arreglando la persiana del living.  Le dije hola, él me dijo hola, también. Soy el cortinero, me dijo ¿Y mi abuela?, le pregunté. Se fue a comprar algo y ahora viene. ¿Y te dejó acá solo? Sí, es re buena tu abuela. Después me dijo: Qué casualidad ¿no?, justo que estuvimos hablando en el parque hace un rato. Sí, sí,  qué casualidad, le contesté. Bah, el que hablaba era yo porque vos no me dijiste ni mu. Mientras me decía eso, se sacó la remera. Hace mucho calor, ¿te molesta? Le dije que no, cuando se dio vuelta le vi la espalda peluda.
Hace una pausa pensando que los amigos se van a reír pero, al contrario, están callados.
- Me senté en el sillón y él se me puso a hablar mientras seguía arreglando la cortina.  Me contó que vivía en Moreno, que tenía tres hijos, que estaba casado pero que con la señora se llevaba muy mal y que él se quería separar. En un momento me pidió un vaso de agua porque estaba muerto de sed. Le dije que sí y me fui para la cocina, cuando volví estaba sentado en el sillón, había dejado el martillo arriba de uno de los almohadones. ¿Te molesta si descanso un poquito? Pero, si hace una hora estabas lo más pancho sentado en un banco en los Bosques de Palermo. Sí, me dijo, pero es que hace un calor. En ese momento me di cuenta de que mi abuela estaba tardando demasiado pero él no paraba de hablar y de preguntarme cosas: si tenía novio, si trabajaba o estudiaba. Contame, contame, que me gusta escuchar ¿No ves las orejas que tengo? Se las miré. Son para escuchar a las chicas lindas, me dijo ¿Y mis ojos?, ¿te gustan mis ojos? Se los miré. Eran hermosos, grandes, de color amarillo. Son para ver a las chicas lindas, como vos. Y después empezó a acercarse como para darme un beso. Abrió un poco la boca. ¿Viste qué cacho de colmillos que tengo? Son para comerme a las chicas lindas como vos. Y ahí me di cuenta. Era el lobo. Disimuladamente agarré el martillo y le pegué un golpe en la cabeza. Cayó redondo en el sillón. Le pegué un par de golpes más, por las dudas. Al rato, llegó mi abuela.