Siguieron a la rubia tres
cuadras. Caminaba rápido aunque usaba
zapatos de taco alto. Llevaba una
bufanda y guantes azules. Se los vieron justo antes de que el semáforo cortara
y ella cruzara la calle como un bólido. La mujer entró a un negocio y los dos
la esperaron atrás de un árbol. Salió a los cinco minutos sin ningún paquete. A
la mitad de la cuarta cuadra, se le cayó un aro. Cuando se agachó a levantarlo,
el viento le hizo remolinos en el pelo. Ella no se lo acomodó, se apuró y dobló
la esquina a toda velocidad. Antes de detenerse frente a una casa que parecía
abandonada, giró y miró al hombre más joven. Después, entró y dejó la puerta
abierta. Él se asomó. Estaba parada en medio de una habitación vacía. La mujer le
guiñó un ojo y se hundió en el piso. Él corrió y se quedó mirando el lugar por
donde ella había desaparecido. De repente, una mano con guantes azules le tocó un
pie. Y él también se hundió.
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